jueves, 8 de enero de 2009

Amor y Odio

Puedo perdonar los celos, porque son la expresión del miedo, y por tanto de la debilidad, de la que no estoy seguro de que nadie sea culpable, ni por tanto imputable. El débil ama, vive de ese amor, no lo controla, teme perderlo, y sufre ese temor de modo irracional, tan irracional como el miedo mismo que lo inspira, causando un daño que debe evaluarse, enjuiciarse, y responderse, a la luz de ese dato de procedencia y enjuiciabilidad.



Cabe ahí el perdón, si se es lo suficientemente fuerte como para arrostrar el daño. En caso contrario, a huir.



Pero aún siendo fuerte, y dominando ese daño y el escenario que lo ve crearse e intentar crecer, no hay por que tolerarlo.



Un factor refuerza que esa ausencia de obligación ética se convierta en una opción, ya no moralmente posible, sino incluso vitalmente aconsejable, y hasta, bien llevada, pedagógica para el sujeto activo del daño. Es el odio.



El celoso llega, si es fuerte, incluso a dañar, pero siempre con la enfermiza idea de que está buscando lo mejor para la pareja. Si aparece odio, ya no hay sólo miedo y los celos subsiguientes, de distinta catadura en función de la fuerza de toda índole que pueda desplegar el celoso (paradójico: la fuerza del débil... Hablo de fuerza física o económica, las menos fuertes de las fuerzas, pero dañinas igualmente si se utilizan) sino un elemento distinto: la percepción de la propia debilidad se une a la soberbia, en el sentido católico de la palabra. Se pregunta el sujeto cómo es posible que siendo lo mejor que se fabrica en ser humano se le esté resistiendo a la posesión esa pareja... Incrementándose la incredulidad si la pareja exhibe una obvia calidad que cortocircuita la idea de superioridad, y destruye desde la base el planteamiento.



Ahí, la discusión sobre cualquier cosa, que inmediatamente aflora el único interés del celoso (la posesión de la pareja que pueda darle estabilidad) se encarna en rictus faciales de aversión visceral, en razonamientos alejados, no ya de los cauces naturales del cariño, sino incluso de los funcionales que se orientan a imponer un modelo propicio a la dominación, para centrarse en la agresión personal, en la exhibición, siquiera temporal (ante tamaña locura, son frecuentes posteriormente los arrepentimientos) de la actitud destructiva de la bestia primigenia que sólo maneja la alternativa entre destruir o ser destruido.

Si a la debilidad natural que genera miedo y celos, se une una reacción inconsciente de compensación encarnada en la construcción de un "yo" supremo, bien imaginariamente, bien con fundamento en esfuerzos de crear un cuerpo atlético y combativo, o una posición económica para la venganza, etc..., la unión de debilidad y soberbia equivale a la exteriorización de celos y odio, que creo patológica, e impresentablemente soportable.



Hasta el "quieres a otra/o", con sus miles de funestas consecuencias, la pareja del débil puede ser fuerte, y perdonar, y aprovechar los momentos de lucidez para mostrar el eror y construir. Es dificil, y probablemente no merezca la pena, pero el amor no mide las fuerzas como la física.

Si a ello se une la respuesta crispada de odio y la clara expresión oral o facial de que en ese momento, si fuera posible, se nos impondría el desacuerdo por la fuerza (o si llega a hacerse efectiva esa postura, independientemente de que nustra propia fuerza permita o no su viablidad, y no sólo hablo entérminos físicos), la actitud que se impone ya no obedece a los impulsos del amor generoso, sino de la propia dignidad, la pedagogía para conla pareja, la salubridad del orden público y, si hay más implicados (parientes, hijos, amigos, socios o compañeros de trabajo..., etc...), sino a una obliación para con el entorno cuya negligencia no derá generosa sino egoista e irresponsable.

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