jueves, 30 de septiembre de 2010

GRACIAS

viernes, 24 de septiembre de 2010

GENTE DE LA NOCHE*

No se si soy capaz de ensartar un hilo coherente de hechos o decisiones que me pusieran ahí esa noche.

Un interés por los asuntos del combate o la seguridad, un desinterés correlativo por los estudios, una cierta preparación física y, seguramente, mil errores, con entradas y salidas frecuentes de cuerpos de policía y militares, nacionales y extranjeros, casi todos de pago, y flirteos con la protección privada, mis años que ya no son ni volverán a ser los treinta… En fín, lo mejor que me ha pasado es no haber sido tan imbécil como para tomar caminos que llevaran a que nadie dependa de mi.
Obviamente, que me vea al lado de ese mastodonte esa noche en esa puerta no dice, a cambio, mucho de lo que hice conmigo mismo.

Ese era otra historia. Veintipocos, enorme, claramente un culturista que ha conocido puestos mejores (para este garito tampoco cogen a cualquiera, viene todo guapo de la tele y políticos, el face control es obligatorio …), pero al que la crisis ha tocado fuerte.

Escolta de empresario, no tiene formación ni, lo que es peor, experiencia de calle. Era el típico producto disuasorio, el adorno de un equipo eficaz cuyo único punto débil era precisamente la eficacia, y necesitaba un “armario ropero” que asustase a los amateurs como él, para no tener que resolver cada situación con noticias en “sucesos”, limitando la actuación real a las amenazas reales.

La peor compañía que yo pudiera querer, pero una elección lógica de la empresa, por estética y (por qué no decirlo) por precio, ya que estaba regalado, y de meritorio.
Joder con la noche que eligió para hacer méritos, su primera noche en Puerta 1…

Noche de octubre, ya fresca, muy oscura fuera, pero eso en nuestra puerta no se notaba, relumbrante y plagada a la hora límite hasta la cual era demasiado pronto, y tras la cual solo accedía la élite. Si no eras de los medios, era ahora o nunca.

Y llegan estos dos.

Pareja de edad indefinida, pero dentro del perfil, en todo caso: ni quinceañeros aspirantes, ni cincuentones a la caza. Ropa buena, buenos cortes, obviamente a medida, porque él era grande, y ese traje no lo venden, pero… de negro, moreno él, ella… si, quizá ella llevaba el único toque llamativo, tan pelirroja y rizada. Pero hasta ahí.
Buenos zapatos los dos, de ante negro, detalles discretos. Yo no hubiera dudado, ni por exceso ni por defecto.

No iban a ser la atracción de la fiesta, pero tampoco a desentonar, y seguro, segurísimo, iban a hacer una cuenta potente, no a ver famosetes mientras le hacían una paja entre los dos durante toda la noche a una cerveza.

Y estaba yo al cargo, pero este quería hacer méritos. Es una de esas ocasiones respecto de las que luego no puedes evitar analizar las alternativas del tipo “y si…”. No se qué hubiera pasado si hubiera estado él al mando y no hubiera tenido que demostrar nada. O si el tiempo fuera más caluroso, y la ropa escondiera menos, o si esa misma hora se hubiera iluminado más con la claridad del mes anterior o de un coche tuneado que pasara por ahí con luces y faros a toda, o si la cola hubiera estado tan ordenada como esas que ves en las películas americanas.

Lo cierto es que entre una pequeña concentración de entrantes, salientes, no permitidos, aspirantes, esperantes y los que intentan colarse, estos dos se plantan delante para entrar.

Igual si el reloj de él hubiera sido peor que el de mi compañero… el caso es que sin darme tiempo a retirar el cordón, que era lo que iba a hacer, tanto por la pinta como porque había reparado en que esperaron la cola pacientemente, sin ser de esos que parezca que acostumbran a esperar, mi compañero se les planta delante y, desde tan arriba como sus casi dos inmensos, casi cuadrados, metros, dice mirando al tendido del siete que “lo siento, es una fiesta privada” con ademán de ponerse ya a evaluar al próximo aspirante.

Vale. Al menos no era tan gilipollas como para llevar gafas negras, pero nunca entenderé porqué la orden en esos contextos se refuerza con una apariencia de superioridad que se apoya en…mirar hacia otro lado¡¡¡ Cómo si aparentar que no hay problema espantara al problema¡¡¡ Como si no mirar aportara en lugar de restar¡¡¡¡

Un par de segundos, elegante, sin películas, ni más ruido. Mi compañero, enorme él, se dobla hacia adelante porque su pierna no le sostiene, ya que tiene la tibia rota de un puntapié que nadie ha visto, y en la trayectoria descendente de su cara, algo oscuro, sin brillos, deja una raya roja bajo su clavícula, justo en la inserción del bíceps y el deltoides delantero. La navaja táctica negra estaba en la mano desde el principio o el tio era una centella, y lo mismo salió que se escondió en quién sabe qué pliegue de la chaqueta, escondida igual que la lesión del que caía, precisamente por que su volumen en descenso la tapaba, pero yo la vi, no se porqué, si por mi posición, o porque muy dentro de mi esperaba el movimiento, aunque a nivel tan inconsciente que no pude atajarlo… Y mejor para mi. Ya veo que no tiene brazo ni pierna, pero ni me muevo porque algo puntiagudo y (qué extraño, cómo puedo haberlo notado a través de la ropa, grueso cuero incluido) muy frio, se pega a mis costillas, y no necesito mirar para saber que ella se había ya retirado de la escena con cara de susto, y sin llamar la atención, fingiendo que se resguarda en mi frente al problema, lo que hubiera hecho cualquier chica… (Qué va¡¡¡ Gritan, estorban al novio que indefectiblemente pilla, son otro problema¡¡¡ Esta estaba buscando su propio combate, un pretexto, y yo sólo podía salir de aquello negándome a pelear su pelea, escudándome en su mayor fuerza que, precisamente por existir y ser tan rara, requería discreción. Tomar el protwgonismo era mi única opción.).

El personal aplaude la lección que ha aprendido el armario, porque no alcanza a apreciar el efecto de las heridas. Yo intento escapar del pánico con esas herramientas de control que me quisieron enseñar en Israel, en Fort Bragg, pero es que estos dos no sudan, no huelen, no se aceleran, en resumen, no dan la impresión de combatir, sino de cazar, y a la técnica se superpone el miedo animal a no ser depredado. La gente de alrededor me importa un bledo, pero acierto a entender que son para mí una fortaleza y no una debilidad, por lo que los uso para acceder al protagonismo que atraerá sobre mí la luz de la que ella huye.

“Disculpen a mi compañero. Es nuevo, su primera noche… Por supuesto, pasen, y llamaré al maitre de sala para que les invite a la primera consumición”
Bueno, gilipollas tampoco son. A ver cómo les iba con todo el equipo de la sala…
“Déjalo, ya no tenemos ganas de entrar en esta mierda de sitio” (ella; aplausos del público)
“Si te parece, te tomamos la palabra, y ya volvemos a buscarte otro día para esa copa” (él: casi pierdo el control de los esfínteres)

El grandote vuelve al aire en una horita, y agarrándose el algodón del hombro (lo de los hospitales lo tratamos con suavidad en el gremio, y si no hay algo preocupante preferimos esperar a que cada cual tome sus propias decisiones, no sea que una cuenta pendiente enmarrone al herido, y te encuentres que por hacer un favor te has buscado un enemigo) intenta salvar la cara o los restos del naufragio, y rechaza toda ayuda para ir a que le den puntos (no se, creo que esa herida necesita algo más que puntos).

De noche se oyen cosas. A ese pavo no lo he vuelto a ver.
A la parejita, tampoco. Gracias a Dios.
Pero no deja de rondarme eso de que volverán a buscarme…


• La propiedad de este relato escrito por mi es de Victoria Toro, a quien lo regalé hace tiempo. Ha sido imposible encontrarla para recuperarlo, por lo que he intentado reconstruirlo de memoria esta noche.

GUAPITO

Una de esas noches en que alguien se acerca más de la cuenta al propio círculo. En general, sacudir los hombros desplaza volumen, y el sujeto se aleja, pero es que hoy había circunstancias especiales.
Estaba en el bar de mi amigo Andrés, que es actor y tiene muchos amigos faranduleros. A veces se acerca uno que esté más en el candelero, y casi indefectiblemente, sobre todo en noche de sabado, atrae a multitud de gansos deslumbrados por sus propios defectos.

Bueno, no pasa nada y pronto me sitúo en una esquina donde sentar a mi santa sin agobios... Bueno, al fin se acaban pegando, y me sacudo, y hay flujo y reflujo contra mi espalda, ... lo de siempre. En un momento dado, se incorpora al grupo de jovencitos veintipocos que molestaban uno más guapito, que me parece un aspirante a torero por las maneras, y porque en un momento dado extiende los brazos cortando el volumen del gtupo, y situándose frente a mi hombro. Escribo eso por que me ha convencido de ello mi mujer, con el resultado que luego se verá, pero en principio a mi me parecio notar esa mano cerca de la cara. Y me vuelvo y le miro.

El guapito, tan rubito, con sus facciones tan regulares, con esa pinta de estar acostumbrado a salirse con la suya por su aspecto, y porque esa belleza suele ser producto del cruce de generaciones de dinero... me sostiene la mirada.

Para eso hace falta temple, pero tengo para mi que también le ayuda que sean seis o siete y yo esté con mi mujer, amén de esa detectada suficiencia congenita.
En mi tierra, si dos se miran, o uno quita el ojo, o hay ostias. Este tira por la calle de enmedio, y habla.

Señal inequívoca: el que quiere guerra, no habla. El que habla, esta buscando una salida alternativa. No quiero pecar de soberbio, pero es cierto que mi tamaño ha contribuido mucho a que yo no haya tenido que pegar nunca a nadie fuera del ring. Disuado.
Este y sus amigos hablan. Le cuento lo de la mano, y se sale con la de "disculpe caballero si le he molestado, no era mi intención", sin dejar de mirar, lo que para mi no es suficiente, pero le elogio la actitud; un circundante me dice que llevo "mal rollito".
No puedo por menos de decirle que la conversación no es con él y preguntarle si me conoce, y ante el "no", ordenarle que me llame de usted.
Todo el pescado vendido, y si ninguno de los seis saca una mano, no tiene sentido seguir, por lo que me vuelvo a mi copa y a la bronca de mi mujer.

Según ella, el guapito no ha sacado tanto la mano, me he pasado,...y en ese momento me invade un pensamiento...

Estructuro:

1.- Tengo un hijo muy guapito (salió a la madre), dos o tres años menor que el otro, y que pronto andará en las mismas, al que he enseñado a no achantarse, eso si, sin pegar nunca el primero, sólo el último. (Justo lo que ha hecho el "torero")
2.- Con sinceridad: al sostener la mirada y evaluar la reacción, probablemente influido por el ambiente de guapeo de alrededor, mi cabeza ha dicho: "este vive o pretende vivir de su cara: rómpele primero los pómulos, y si la cosa se pone en muchos contra uno, que la hoja que saldrá se lleve sus mejillas"
3.- Mi mujer insiste en que el chaval no puso su mano tan delante de mi cara como me pareció, y alude a que estoy tenso para explicar que puedo haber exagerado la reacción.

En fin, nos vamos, y este está ya sólo con el fammosete que concitaba la turba. Me he parado delante de él y le he dicho que mi mujer cree que no he acertado al evaluar, y que me disculpo. Efusivamente me han abrazado los dos gallitos, "ahora si" "esto te honra..."

Me he quedado con ganas de darles un consejo, pero ante mi santa hubiera quebrado el valor del sacrificio. La verdad es que el pavor ante mi íntimo pensamiento, al recordar a mi hijo, ha sido lo determinante.

Es más dificil disculparse ante el niñato que zurrarle la badana a sus seis amigos, sobre todo si sale a pasear la táctica, ante la diferencia numérica.
Es fácil decir a los demás que nunca se pega el primero, sólo el último, cuando el aspecto personal hace que seis o siete veinteañeros hablen, y ninguno se decida a meter la mano.

Pero lo que va a ser dificil de digerir, de encajar en el planteamiento general en el que me tengo por buena persona, es esa reacción diabólica, aún sólo a nivel de pensamiento:

"este vive o pretende vivir de su cara: rompe los pómulos, y si la cosa se pone en muchos contra uno, que la hoja que saldrá se lleve sus mejillas"

Esta noche va a tocar dormir poco. Tengo que salir de aquí, de mi deficiencia, inmediatamente, antes de que alguien resulte herido.

viernes, 17 de septiembre de 2010

EL DAO. QUERER Y SER ESCLAVO, Y POR TANTO SUFRIR POR NO TENER Y POR CONSEGUIR

Chiste de mi padre: dos comparten un cuarto, y uno no deja dormir al otro al suspiro reiterado de "qué sed tengo". Al fin el otro, para poder dormir, le trae un vaso de agua. El resto de la noche, el desvelo se produce al grito de "qué sed tenía..."

Tenía que haberlo previsto. Pensar que cumplir su proyecto era bueno para la convivencia se ha demostrado falso, pero siempre quedaba la excusa de que faltaba algo; ahora que no falta nada, se revela la falsedad del argumento en toda su amplitud. Uno no es feliz cuando consigue lo que quiere, sino esclavo si quiere algo.

Ahora, teme perder el hijo...

Y conociéndola como la conozco, su miedo al éxito, y su inseguridad, fijo que se las apaña para joder lo que tanto ha costado...

Pero por Dios santo, que esto no es un coño y tetas que me tire por ahí...¡¡¡. Que es un inocente, y que no merece esas tensiones...¡¡¡