sábado, 17 de enero de 2009

la prueba

No buscar nada, no ser esclavo de nada. La libertad.

Competir: buscar algo tan abstracto como la victoria, que en si es la medida de comparación de la eficacia, como el dinero lo es del valor. Qué absurdo es ganar, casi tanto como tener.

Al no ganar o no tener hallamos la medida de la propia calidad.

Si hemos tenido o ganado, pensamos que no es grave; si no, podemos pensar como la zorra con las uvas. Error en ambos casos.

No es haber conseguido lo que dices que ya no necesitas lo que te permite descansar cuando no lo tienes, sino de verdad no necesitarlo: a ese efecto, aquella consecución puede ser una dificultad, porque genera un espejismo de autosuficiencia. Sólo vale no querer, y eso es tarea de cada dia que se examina cada dia, y que no acepta ningún pasado para hacer de muleta.

No es conformarnos con lo que hemos hecho, sino hacer el máximo posible, como si todas las uvas estuvieran maduras, y luego realmente no necesitar su jugo, darlo a los demás como medida de equilibrio, no de generosidad.

Es imposible ser bueno y santo al mismo tiempo, porque sólo es bueno no tener valores, mientras que sólo es santo ser coherente hasta el extremo con unos valores.
La viuda que dió lo que necesitaba era santa; el rico que dió lo que le sobraba pudo ser bueno si de verdad, íntimamente, le sobraba lo que dió, y todo lo demás que tenía, y sólo le importó dar lo mejor de si mismo, y con ello el fruto fue alto, y al no necesitarlo, por haber cumplido su cometido vital, lo repartió, y no se sintió por ello ni mejor ni peor por que no daba nada que para él valiera, y olvidó pronto el gesto, como no recordó cada vez que respiraba.

Es cierto que es fácil ser bueno cuando lo tienes todo, que la debilidad y el hambre engendran el egoismo de supervivencia que acabamos llamando maldad cuando condenamos a uno que no fue santo.

Pero eso en nada empece al pensamiento principal: si se sigue el camino correcto, tanto mienten el fracaso como el éxito. Y dudo cuál impide más seguir el camino correcto¡¡¡

Nada. Dao. Camino.

Al fin, ojalá sepa cuando voy a morir para poder escribir un bello poema que conforte a los vivos; ojalá muera erguido. Ojalá, cinco minutos antes de morir, y sabiendo lo que va a pasar, no sienta en el alma que a mi entierro no vaya casi nadie, y haya aprendido a no desear que los que vayan, por todo lo que les amo, estuvieran lejos para no tener que atender ese último compromiso.

jueves, 8 de enero de 2009

TAJANDO EL NUDO GORDIANO AL CRUZAR EL RUBICON

Revoluciones. Es paradigmático del análisis del siglo XX, y más de sus finales, el recurso a la medida cualitativa para la detección de revoluciones, sobre la cuantitativa. Si se imprimen más páginas, hubo una revolución; si se tejen más metros textiles, hubo una revolución. Pero sólo hay una revolución si el “Más” desaparece de la medida…

Si se produce un incremento de inventos (como quiera que sea que se mida) superior a períodos mucho mayores, el analizado es revolucionario. Si hemos visto una mejora de la vida humana en los últimos cuarenta años que no se obtuvo en los últimos cuarenta mil, hay una revolución.

Poco revolucionario, creo, en términos cualitativos. La informática supera como revolución a la imprenta, si, pero sólo en términos cuantitativos.

Si hay una medida útil en este estudio, ha de ser la que permita localizar un punto verdaderamente revolucionario, y sus causas, y evaluarlo como positivo, para permitir su superación cualitativa, esto es, su repetición a velocidad astronómica, ni siquiera geométrica.

Lo anterior son lugares comunes, aceptados por la comunidad filosófica, jurídica, científica, y hasta incorporados a textos de divulgación par amasas.

No estoy de acuerdo con que la revolución definitiva, ni aún la más importante en términos cualitativos, sea la creación de medios de acumulación, proceso, divulgación y (limitadamente) análisis, de infinita cantidad de información.

Las guerras actuales en el mundo, convencionales o no, demuestran que la violencia como problema anterior a esa supuesta “revolución”, (u otras de igual fuste) aclara la futilidad de la herramienta, que como tal es ciertamente útil, pero no cualitativamente revolucionaria.

No me voy a gastar, expuesta la idea seminal, en una exposición acerca de mi idea de lo que ha integrado “revolución” en el pasado, porque me resulta urgente, y más funcional, creo, definir la auténtica Revolución actual, desde este punto de vista.

Si la fuente de conflicto es la debilidad y simultanea percepción de la fuerza, ni la Revolución Industrial generó riqueza para enjugar los descontentos de las masas proletarias, ni la de Octubre en Rusia un estado de presencia masiva y democrática en el Poder que justificara el previo empobrecimiento de las masas durante la expresión bélica de la prevista Lucha de Clases, o la perpetuación en la opulencia y capacidad de opresión de la Nueva Clase emergente, que ejemplifica los múltiples sucesos de izquierda más o menos democráticamente instalada en el Poder después.

Tras las guerras de Religiones, desde la Cruzada a las más prosaicas que en Europa encarnaban más el combate del racionalismo con la teocracia que una auténtica efervescencia del verdadero mensaje divino, y después, con las disputas nacionalistas que heredan la postura ya impresentable a la luz de la filosofía postrrevolucionaria de los oficialismos y cismas, para convertirlos en “hechos diferenciales” que fundamentaran una lucha espúrea por el territorio como tercer elemento del Estado Moderno (Jean Bodin) que permitiese a la clase aspirante al Poder dar una motivación visceral, patriótica (obvia la imagen edípica) a sus bases para la violencia, modelo vigente hasta la finalización de la segunda Guerra Mundial, se ha mantenido un modelo estable y violento, cuyo derrocamiento implicaría una auténtica REVOLUCIÓN.

Del estudio de loas tensiones generadoras de la I GM, cerradas en falso, y recuperadas en la II GM, se infiere que una Revolución está en marcha, y que tiene, como todas, un precedente local.

Los odios entre facciones (llámense religiosas, nacionalistas, políticas,…, mismos perros con collares parecidos, con líderes idénticos, con el único sustrato diferencial de la capacidad de esos líderes de travestir su único objetivo de conquista del Poder tras vestiduras presentables en cada momento) expresan la situación que verdaderamente identifica la era que la verdadera REVOLUCIÓN debería superar. La aparición de nuevas y más potentes herramientas de divulgación ha sucumbido ante la propaganda; la de medios de preservación de las conquistas intelectuales que debían mejorarnos, ante la imposición mediática de fórmulas de placer irresistibles para los no lúcidos…

En fin, que tras la sucesión de clases acaecida por la sustitución del poder aristocrático por el burgués, tan violenta e injusta como poco productiva (vid. Tocqueville), el supuesto siguiente paso es la sustitución de la clase burguesa por la proletaria, con el raquítico sustrato de la Filosofía de Marx y Engels, y el apoyo no menos, sino aún mucho más violento, de la revuelta rusa de 1917, que para más desgracia saltaba el paso del poder burgués, sustituyendo en teoría el gobierno nobiliario por el proletario, y en la práctica, por el de una nueva nobleza, que ni siquiera el crédito de la generación de riqueza contaba, y que se comportó, como era previsible, como el más déspota de los sistemas feudales hasta casi la actualidad, y su espectacular ingreso en el anarcocapitalismo desregularizado y de proporciones mundiales.

De nuevo: ¿Dónde está esa revolución anhelada, la superación de un modelo que no sirve y que sólo finge cambios al presentar nuevos líderes?

Al estudiar la Europa de entreguerras, tan fértil culturalmente que impide evitar el pensar que en ella no hubo posibilidad alguna de cambio real, nos da una pista.

Si el modelo a superar no es el que se fundamenta en una u otra base (la religión, el nacionalismo, la clase económica), por ser precisamente el que origina la esclerosis social, la trampa del cambio estético, ha de estar en la calidad la imagen del auténtico cambio.

Tras la caída de los imperios, de los gobiernos basados en la riqueza o el descrédito de los que decían redimir de la pobreza para alzar sobre ella, una vez más, a unos pocos, y entre el más agrio fragor de los últimos espasmos en Europa de esa tendencia a la eliminación del adversario como fin político, que elimina toda legitimación a la supuesta ideología de cobertura, la reacción derechista contra la barbarie izquierdista genera una situación económica insostenible a nivel global. En un primer estadio, la victoria derechista en la Guerra Española permite vislumbrar la debilidad del movimiento falsamente revolucionario de las izquierdas europeas (falsamente revolucionario por que nada cambia la sustitución de unos líderes por otros, lo cual es bueno si sucede por vías democráticas y malo si, como era el caso, se intenta imponer mediante el terrorismo).

Por determinismo histórico, se decanta la situación por la intervención de quien ha sufrido en el aislamiento que la insularidad permite, la auténtica revolución, y no está dispuesto a tolerar que sus beneficios se pierdan o relativicen por un atavismo extranjero. En Estados Unidos, donde no hay odio de clases, sino alternancia natural de partidos que genera riqueza, se advierte la amenaza de las posturas que sólo buscan destruir al contrario.

Esa es la auténtica REVOLUCIÓN moderna: la superación de la idea de destrucción recíproca.

Si se ve una postura como la española actual en la que se busca el aislamiento del contrario, se encuentra una situación prerrevolucionaria, que sólo llevará al desastre si la población no la erradica por percibir, en función de un suficiente grado de evolución, la perjudicialidad de los resultados que ello acarreará.

Sólo nuestros “casi todos” unidos a los “casi todos” de los países que se han revolucionado, pueden crecer, observando con piedad a los países con dictaduras, y con horror a los anclados en la destrucción recíproca, que es tan tribal cuando enfrenta a Hutus contra Tutsis a machetazos, como cuando busca el apoyo de las minorías egoístas para anclarse en una deficiencia ética de la población para eliminar la alternancia, en la idea de que el poder es naturalmente propio y accidentalmente ajeno.

La falta de frustración al ver la victoria ajena, la renuncia en el ejercicio del Poder a usarlo para destruir la capacidad ajena de acceder a él, antes aún de justificar la propia permanencia y, luego, buscar el bien común son indicios. Sus contrarios, la clara muestra de la falta de evolución…de Revolución¡¡¡

NUEVA SECCIÓN: DEFINICIÓN DEL INFIERNO

PARA SER COMPLETADA CON APORTACIONES. EMPIEZO:

"UNA NAVIDAD QUE NO ACABA NUNCA"

Amor y Odio

Puedo perdonar los celos, porque son la expresión del miedo, y por tanto de la debilidad, de la que no estoy seguro de que nadie sea culpable, ni por tanto imputable. El débil ama, vive de ese amor, no lo controla, teme perderlo, y sufre ese temor de modo irracional, tan irracional como el miedo mismo que lo inspira, causando un daño que debe evaluarse, enjuiciarse, y responderse, a la luz de ese dato de procedencia y enjuiciabilidad.



Cabe ahí el perdón, si se es lo suficientemente fuerte como para arrostrar el daño. En caso contrario, a huir.



Pero aún siendo fuerte, y dominando ese daño y el escenario que lo ve crearse e intentar crecer, no hay por que tolerarlo.



Un factor refuerza que esa ausencia de obligación ética se convierta en una opción, ya no moralmente posible, sino incluso vitalmente aconsejable, y hasta, bien llevada, pedagógica para el sujeto activo del daño. Es el odio.



El celoso llega, si es fuerte, incluso a dañar, pero siempre con la enfermiza idea de que está buscando lo mejor para la pareja. Si aparece odio, ya no hay sólo miedo y los celos subsiguientes, de distinta catadura en función de la fuerza de toda índole que pueda desplegar el celoso (paradójico: la fuerza del débil... Hablo de fuerza física o económica, las menos fuertes de las fuerzas, pero dañinas igualmente si se utilizan) sino un elemento distinto: la percepción de la propia debilidad se une a la soberbia, en el sentido católico de la palabra. Se pregunta el sujeto cómo es posible que siendo lo mejor que se fabrica en ser humano se le esté resistiendo a la posesión esa pareja... Incrementándose la incredulidad si la pareja exhibe una obvia calidad que cortocircuita la idea de superioridad, y destruye desde la base el planteamiento.



Ahí, la discusión sobre cualquier cosa, que inmediatamente aflora el único interés del celoso (la posesión de la pareja que pueda darle estabilidad) se encarna en rictus faciales de aversión visceral, en razonamientos alejados, no ya de los cauces naturales del cariño, sino incluso de los funcionales que se orientan a imponer un modelo propicio a la dominación, para centrarse en la agresión personal, en la exhibición, siquiera temporal (ante tamaña locura, son frecuentes posteriormente los arrepentimientos) de la actitud destructiva de la bestia primigenia que sólo maneja la alternativa entre destruir o ser destruido.

Si a la debilidad natural que genera miedo y celos, se une una reacción inconsciente de compensación encarnada en la construcción de un "yo" supremo, bien imaginariamente, bien con fundamento en esfuerzos de crear un cuerpo atlético y combativo, o una posición económica para la venganza, etc..., la unión de debilidad y soberbia equivale a la exteriorización de celos y odio, que creo patológica, e impresentablemente soportable.



Hasta el "quieres a otra/o", con sus miles de funestas consecuencias, la pareja del débil puede ser fuerte, y perdonar, y aprovechar los momentos de lucidez para mostrar el eror y construir. Es dificil, y probablemente no merezca la pena, pero el amor no mide las fuerzas como la física.

Si a ello se une la respuesta crispada de odio y la clara expresión oral o facial de que en ese momento, si fuera posible, se nos impondría el desacuerdo por la fuerza (o si llega a hacerse efectiva esa postura, independientemente de que nustra propia fuerza permita o no su viablidad, y no sólo hablo entérminos físicos), la actitud que se impone ya no obedece a los impulsos del amor generoso, sino de la propia dignidad, la pedagogía para conla pareja, la salubridad del orden público y, si hay más implicados (parientes, hijos, amigos, socios o compañeros de trabajo..., etc...), sino a una obliación para con el entorno cuya negligencia no derá generosa sino egoista e irresponsable.

domingo, 4 de enero de 2009

EL INFARTO CULTURAL

Al fin, el colapso generado por el irremediable acercamiento entre la masa de consumidores y la minoría de creadores.
Si no creas, y todos tienen acceso a todo, es cuestión de tiempo -poco- que desaparezca el lapso entre los muchos y los pocos. Si eso pasara en la parte alta del gráfico... Pero no, una vez más, no. Pasa en la zona mediocre. En la misma en la que la Rusia bolchevique buscaba la igualación por abajo. En la zona en la que se toman las decisiones...

Al fin, se impone la actitud no democrática: las decisiones, ya no guían el bienestar común, porque las toman cuerpos sociales sin calidad. Son las actitudes individuales, en ese entorno hostil, las que generan progreso.
La consecuencia ética parece obvia: la decisión colectiva pierde legitimidad, y se convierte en una convención enjuiciable. La premisa de que es mejor un mal orden que una ausencia de orden queda obsoleta ante la inevitabilidad del orden una vez que se demuestra que el más impresentable de los órdenes se sostiene al ser el sistema suficiente para sostenerse a si mismo, independientemente de quién lo dirige.

Ni la convención resiste: circulo por la derecha porque no me interesa lo contrario; mi velocidad es la máxima que mis sistemas me puedan permitir en conflicto con los policiales...

Lo malo es que, creo, la generalización de este ideario mata nuestro bienestar: la crisis económica actual se debe a la generalización de la actitud especulativa que antes creaba riqueza.

Fortalezcámonos por que la fuerza va a hacerse necesaria otra vez pronto.