martes, 2 de junio de 2009

Fuerza, minoría y legitimidad

No han de pagar justos por imbéciles.

La única ley de la mecánica es:

“El fuerte ha de ser el dueño del débil. Si este lo acepta, deberá aquél ser su apoyo, para hacerle más fuerte; si no, ser su terror, para que se abstenga de distorsionar el proyecto que hace a la sociedad más fuerte, y por tanto más buena, más proclive a que los que pueden hacer el mejor esfuerzo lo hagan, y si lo pueden hacer en beneficio de los débiles, lo hagan.
Lo que en ningún caso ha de ser es su esclavo, y mucho menos voluntariamente, a base de una suma de abstracciones filosóficas y religiosas, que agregan un virus a la conciencia, el de la culpabilidad, para permitir la conversión de un elemento aislado de la ley natural de la mecánica, el auxilio, en un parámetro directivo que corrompa todo el planteamiento, tan claro y evidente, por otro lado; que permita al débil exigir el auxilio como un crédito “natural”, sin fondo alguno, frente al fuerte, en lugar de cómo una expresión de Amor. ”

Lo que veo parece más una venganza que una consecuencia de la bondad solidaria. Pero puede ser explicado desde el mismo sistema de planteamientos lógicos, y por tanto integrado y depurado el problema. Basta con observarlo desde la perspectiva, también coherente sistemáticamente, del funcionamiento de la debilidad y su síntoma, el miedo.

El débil también nace para sobrevivir, y usa los medios a su alcance. Estos son naturalmente limitados, pero socialmente, por creación colectiva y expresión de desarrollo, de la bondad humana, hallan en la solidaridad un ámbito propicio para crecer. Lo cual sería conforme con el planteamiento expuesto, ya que para ese crecimiento ajeno sirve la distracción de fuerzas en atenciones distintas de las que el fuerte necesita… Si no fuera por que el débil intenta hacer de la merced derecho, y cuenta con el apoyo de alguna “fuerza” que le dota de infraestructura intelectual para lograr su propósito. Los fuertes físicos manejados por los fuertes mentales crean una estructura que aprovecha a todos, pero también se extiende en su beneficio a los oportunistas, a los parásitos.

Es aquí donde aparece el concepto de la maldad, si no rellenable con ideas morales, si con la descripción del obstáculo que integra para que el sistema que permite repartir fuerzas funcione. Esquema que es la auténtica diferencia entre el ser humano y el animal, que no intenta que el sistema crezca, sino sólo que la propia fuerza se aproveche para seguir como líder del grupo, en aras de un crecimiento colectivo básico, reducido al genético, en el que el más fuerte mejora la raza imponiendo su derecho al apareamiento.

El fuerte es naturalmente bueno, ya que está dotado para conseguir lo que quiere y percibe en los otros una situación peor que le consuela, y le mueve a la piedad y socorro altruista. El débil, que depende del socorro ajeno, tiende por naturaleza a buscar la estabilidad del suministro de subsistencia, y si en principio la oferta sexual es un mecanismo extendido para lograrlo, en el reino humano la irrupción de un “virus” altera el planteamiento: un débil ve que el fuerte que le auxilia no encuentra razones para hacerlo, más allá de un impulso genético que, tras la racionalización, ha de tender a debilitarse o desaparecer. Y se plantea cómo perpetuar ese impulso de modo que se estabilice el suministro que necesita. Dicho en otras palabras, ha de encontrar un motivo para que el suministrador no se de cuenta, como él, de que la actitud solidaria es una bondad, no una necesidad; y que planteada así, no reporta el beneficio originalmente buscado, sino que se limita a satisfacer la individual necesidad del débil. Como no es posible hallar un móvil que supere la contradicción natural de que el débil aporta menos y por tanto obtiene menos, y muere primero, para mejor desarrollo de la especie, idea un mecanismo artificial, no existente antes, para obtener su propósito: sobre situaciones de ignorancia y falta de desarrollo de la mente (Esto sucede en los albores de la civilización, al nacer las religiones, y en la edad premoderna sólo se sofistica, ante la inminencia de que la razón aniquile esa presencia parasitaria), inventa un ser superior que a la vez explica lo inexplicable (fuego, muerte, catástrofe...) y ordena el altruismo. El no altruista inmediatamente liga su falta al mal inexplicable, y por ende aparece la culpabilidad.

El mecanismo refuerza el desarrollo del aspecto solidario de la naturaleza humana, pero a la vez debilita a quienes lo usan como filtro de la fuerza, y fortalece a los débiles que lo aprovechan.
No ha de ser uno obtuso: cierto es que se está asistiendo al nacimiento de una nueva forma de fuerza. El problema estriba en que esta fuerza no es eficiente para la mejora sino para trasladar el poder de unos a otros, con la lacra de que los nuevos detentadores ya no buscan instintivamente el beneficio común, sino racionalmente el propio.

A partir de ahí, el cáncer se extiende al mismo ritmo del progreso humano; lento primero, y vertiginosamente después, hasta el punto actual en el que los políticos que defienden a los débiles se llaman progresistas y sólo buscan el progreso propio, al actuar el complejo de los fuertes en beneficio de su posición, que no existiría sin la mentira descrita, y que sólo les beneficia a ellos, instalados en la imagen, y alejados de la realidad que produce su incompetente dirección, sustentada, eso si, por el jaleo de la masa sensible a su propaganda, que ve más la venganza frente al fuerte que la bondad del uso cívico de la fuerza. Otro fenómeno causado por el mal…

Es curioso el planteamiento marxista del germen de la caída del capitalismo, cuando se observa en las clases obreras el nacimiento de los fascismos, que encarnan la reacción natural del desfavorecido ante las consecuencias del perverso sistema que le dice que usa la fuerza de la masa contra el individuo fuerte, y acaba generando únicamente posiciones individuales en las que individuos débiles (políticos, sindicalistas…) obtienen en provecho propio las bondades derivadas de una fuerza que no tienen, y que se les ha prestado por la colectividad en la esperanza de que retornaría a ella. Vana esperanza, que choca con la obviedad de que quien tiene herramientas, las usa primero para si. Me resulta claro que si el político no usa la fuerza para reprimir el comportamiento antisocial, y más si es so pretexto de la protección de un débil que agrede a los socios, fuertes o no, pero aún más, que castiga antes al fuerte que se defiende que al débil que delinque, está enseñando que lo que protege no es el bien común, sino esos planteamientos que le permiten seguir gozando de un poder mayor del que recibieron por naturaleza, por delegación de los de otros que acaban sufriendo tal actuación, y no beneficiándose de ella, como era lo esperado, el motivo de la cesión, del contrato social de abstención “humana” del uso de la fuerza, para hacerla “legítima”. Consecuencia lógica, “germinada”, es la de la aparición de otros débiles que afloren la contradicción, y la hagan enemiga invencible de la democracia. Eso si, buscando el mismo fin, la “nueva clase dirigente“, sólo por otros medios intelectuales.

Mención aparte merecen las religiones, que sitúan en el plano trascendente el objetivo del representante social, de ese débil que convence a otros para sumar fuerzas de cara a un objetivo de mejora. Ya es espectacular la contradicción cuando el objetivo, en lugar de ese, es el de la lucha de clases, o la reacción contra el tirano, o la imposición del concepto del débil acerca de la bondad, consistente en desapropiar al fuerte para enriquecer al político, siguiendo igual el hambre del débil que, eso si, ha de ser feliz al recibir el título de “oprimido”.

La corrupción de la clase emergente de fuertes, tan obvia, lleva a la búsqueda de una fortaleza trascendente, en el dios de las curias. En fin, aquí no merece la pena detenerse, ya que si es cierto que es un fenómeno anterior en el tiempo al de la usurpación del poder por los que no tienen de él sino una abstracción que nunca se traduce en el objetivo que la fórmula de la abstracción perseguía, se explican perfectamente con el hilo expositivo anterior.



Al fin, soy fuerte en todo campo; lo demuestro constantemente, y los demás lo asumen; y no me convence lo que veo cómo resultado social de la suma de las fortalezas de todos los que somos; más bien ese resultado, como número final y como exhibición lineal del planteamiento que a él llega, me asquean. Y por eso me he decidido a desbrozar el porqué de lo que veo, de lo que pasa.

El siguiente paso es actuar en consecuencia, y francamente, me asustan los ejemplos de materialización de este planteamiento, aunque si acabo confirmando que son incontestables, el miedo no será un obstáculo.

Ahora toca sacar conclusiones, y cualquiera con dos dedos de frente que se haya tomado la molestia de leer hasta aquí, y a eso sume dos o tres lecturas distintas del As, Marca, o El País, ya anticipa una opción anarquista, eso si, personal e intransferible, inembargable en partido o sindicato alguno, y propia sólo del íntimo criterio de actuación individualísima, que ni por asomo se atreve a intentar convencer a nadie. Y en economía, liberalismo radical. La libertad sin igualdad es, cierto, sólo una broma de mal gusto. La igualdad sin atención a las situaciones desiguales, la máxima discriminación.

Y el asqueroso abandono de todos esos logros del razonamiento humano para subsidiar la debilidad en lugar de acabar con ella, de generar al débil la idea iracunda de que el fuerte le debe algo, de machacar al fuerte para que no le temamos más, aún a costa de perder lo que podía habernos dado, es sólo la expresión del MAL, lo que a mi, personalmente no me importa, a mis 130 Kilos, años de boxeo, navaja en bolsillo, 190 IQ y galgo corredor, pero desde luego no va a arreglar los problemas de nadie, sino a perpetuárselos para que busque en el creador de su necesidad, el DONLIMPIO que este le vende. Aquí se entienden los relajos en la exigencia del sistema educativo, la agresión a la figura disciplinar de los padres, la proposición de incorporar a los débiles al debate… Sólo el tonto quiere que manden los tontos, en ese primigenio intento de hacer estable el suministro de los fuertes. Sólo ese tonto pierde de vista que la fuerza que necesita se pierde al no canalizarse por la vía que debía…

El votante del PSOE integra las colas del paro, mientras que la ruina de las empresas, hace ricos a los abogados y a los bancos. No, no es cierto que el hijo del obrero, la mujer, y el negro tengan que incorporarse a la dirección social para que sus valores se respeten. Sólo el fuerte debe gestionar esa dirección social para que esté claro que no intenta compensar su carencia antes de servir al bien común, y para que el valor añadido del director sea su fortaleza, y no su hambre, su resentimiento, su odio hacía el motivo que hizo que al nacer no se le otorgara la fuerza que envidia.

El fuerte ha de caminar con la seguridad adornando sus pasos. El débil debe esperar de él ayuda. Si el débil intenta transtornar ese sistema, ha de ser aplastado. Si el fuerte intenta no compartir, ha de ser marginado.

La alteración de ese estado de cosas retrasa el avance de la colectividad hacia la mejora que al fin consiga la eliminación de la debilidad. El gobierno de los mejores ha de aparejar la sistemática aniquilación de los malvados, de los que conscientemente parasitan la fuerza a beneficio propio y no social, y más aún, crean una casta que herede lo que en esa búsqueda se vaya consiguiendo.