lunes, 11 de agosto de 2014

PARA MIS HIJOS. PARA LOS HIJOS DE CUALQUIERA

https://www.youtube.com/watch?v=PKE_6OmBijk

K2


La Muerte acaba de dejarnos otra de esas muestras de su agrio sentido del humor, llevando consigo a quien tras múltiples fintas había logrado defraudarla hasta el límite del paroxismo, haciendo cuestión estadística del fallecimiento prematuro de los otros a la vez que ejemplo para las proles y broma de buen gusto para los pensantes.

Se lleva a quien debió partir aún dentro de muchos años pero llevaba descontadas varias vidas de más, y genera un aluvión de consternaciones de quienes sólo poseen tres hijos y dos sofás de cuadros azules y amarillos sobre fondo beige. Ni siquiera se toma la molestia, por falta de vergüenza (o igual si lo intentó y fracasó clamorosamente…), de arramplar de subida: el muy cabrón ya había bajado del K2, igual que antes había bajado esquiando cráteres de volcanes, o aprobado una oposición tan radicalmente extrema o más para la masa gris, y se había pasado por tienda ajena a departir amigablemente para a continuación, qué envidia, derrochar buen gusto partiendo sin molestar: qué medida del éxito¡¡¡ Imaginad que de ida tiene problemas y muere comprometiendo la seguridad de sus rescatadores, sufriendo lesiones que afeen el acontecimiento de cara a futuros emprendedores… No, nada de eso…
Un caballero, me habréis leído hasta la saciedad, no sabe elegir un cubierto o una corbata (no, al menos, en tanto que tal) sino que se distingue por estar constantemente pendiente del bienestar de los que le rodean, consciente de que su gran patrimonio personal debe compartirse, de que los demás perritos son más pequeños aunque ladren más fuerte, y por tanto no ha de responderles mordiendo ni dejar que otros lo hagan, sino callar y cuidar, y luego su vida habla por si misma sin necesidad de que su titular sea, además de actor, cronista.
Unos ladran, otros corren y cuidan de quienes corren junto a sí, contentos de que lleguen más lejos y ajenos a que el ruido deje a los ruidosos parados y lejos de toda meta.
No conozco tanto al compañero como para evaluar la calidad de su altruismo, pero si tengo cierta elongación vital que me insinúa la mayor predisposición al mismo de los fuertes, y este desde luego lo era.
No era tan querido por mi como para entristecerme su pérdida, pero su vida si rendía noticias a todos, a mi también, que berreaban desaforadamente el ridículo de apenarse por él, que si tuvo un atisbo de lucidez en el tránsito que impusieron la descomprensión, el oxígeno, qué se yo…, sin duda se consumió en dejarle apenado por nosotros, por advertir ineluctablemente estupefacto el desperdicio de vidas del que éramos culpables.
En otra versión, creo haber sido parejo con su opción en tanto que al seguir un camino propio mi vida ha explorado mil pliegues y por tanto se ha extendido linealmente mucho más que las otras, eso si, más de bajada a los abismos que acerada con el brillo  de sus escaladas. Por eso (o a pesar de ello) la noticia me causa un sentimiento cuya expresión tiene mucho riesgo de ser interpretada lejos de su sentido, de hacer daño a sus seres queridos.
Si como aventuro compartíamos esa preocupación por cuidar de otros y de rendir nuestro YO en beneficio del soporte ajeno, comprenderéis que tema liberar el lenguaje sin otro objetivo que el desahogo si la contrapartida es un daño, aún por error; por eso los meandros…

Pero tarde o temprano hay que lanzarse. Vamos allá.

No he entrado en la nutrida correspondencia corporativa que expresa casi unánimemente una consternación de cuatro líneas.
Claro que esa consternación elude irritar la muy legítima de sus familiares y auténticos amigos, pero lamentablemente creo que falta al respeto a la Vida que glosa. La noticia de esa muerte me generó una vez más la reacción que produjeron las escasas ocasiones en que compartimos una comida o una cena de promoción: es alegría salvaje, peligrosa, porque fuera un prójimo y no un marciano de California y 1.90 m. de músculo pecoso y pelirrojo el que se deslizase entre torrentes de velocidad inmedibles.
A ver,… Por supuesto que uno no se contenta con ninguna muerte. Conozco mi entorno lo suficiente como para saber que mis palabras deben evitar causar dolor, pero también resignarse a que ese entorno las va a acusar ignorando puntualizaciones. Puedo visualizar qué dirán quiénes y si eso no me ha impedido nunca expresarme, es que en este caso me estimula, siento que debo confrontarme con los buitres aunque me vayan a picar en otro momento, en otro tiempo y lugar… Causando el mismo inexistente daño que de costumbre, lo que es debido entre otros factores al ejemplo de la Vida Refulgente a la que me refiero. A la vez es Fuerza que se me regala y responsabilidad que me impide cerrar los ojos ante la posibilidad de que pase desapercibida una sacudida cataclísmica que catapulta la Vida, de que quede sepultada por los harapos grises y polvorientos de una muerte más.

Es que en este caso el muerto no permite que la muerte se imponga sobre su vida, sigue generando ganas de vivir, siempre que sea como él lo hizo, sigue jodiendo a los que no se atrevieron, a los que ni siquiera midieron una posible vida de su elección en beneficio de un cálculo de probabilidades que les llevase con el menor riesgo posible a donde querían ir a base de copiar como eran los que ya estaban y sacrificando lo que les era propio y singularizador.
Júbilo bestial, carcajada desaforada, las ganas de contarlo inmediatamente a los hijos de uno, la envidia indisimulada; y si alguna pena, sólo por no haber compartido con él “terceros tiempos”, (aunque a ver por qué iba él a estar ahí para nosotros…)
No he sentido consternación sino una agitación fiera parecida a la alegría, un rechazo visceral a identificar al sujeto, a la noticia, con valor negativo alguno, e incluso un íntimo asco por la penita pena de nadie, que me parece ofensiva. ¿De qué, exactamente, hay que sentir pena o “consternación”?
Se que si la fortuna no me acompaña al expresarme voy a hacer daño y, de nuevo,  producir rechazo. Lo segundo me trae al fresco, y el propósito de que me lean los míos para acercarles a esa Vida me hace tomar el riesgo primero, que ciertamente no deseo ver convertido en el siniestro que me estoy esforzando en evitar: al fin me decido cuando se me ocurre que una expresión desafortunada es el precio mínimo que hay que arriesgar para no permitir que los que puedan sentirse dolidos por ella no tengan como única alternativa en el escenario de las manifestaciones ajenas por esta muerte la Pena, que considero indigna de compartir mesa con quien dio mil lecciones de Alegría de Vivir.
Para sus deudos, mis excusas si no he logrado aclarar porqué me niego a expresar sentimientos negativos ante la noticia. Para los míos, la insistencia en mostrar que SI hay caminos propios y que pueden ser vitalísimos, nada de autoclausuras en el transtorno obseso compulsivo de la singularidad morbosa. Pensar en glaciares, volcanes, velocidades extremas, preparaciones científicas y concienzudas y preparaciones ingratas y extenuantes como vía para amaneceres  cercanos al sol, no a rincones húmedos de bibliotecas,… y aún la traviesa escena de un húmedo rincón de biblioteca donde encontrar el paso deseado entre riscos imposibles…, es un conjunto que no tolera la pena cerca.


En la vida y en la muerte sólo encuentra caras complementarias del éxito, y por si hace falta (que la mediocridad actual parece sugerir que si, que va a hacer falta…) no estará de más explicar que no todos los avances humanos se miden en términos de PIB, y que si en efecto la conquista de una cima puede parecer un entretenimiento diletante para pudientes, la muerte se encarga de retornar todo a su sitio y enseñar con claridad que si no hay quien fuerce su osadía, el género se estanca; los héroes no crean lámparas ni imprentas sino que despliegan el abanico de fuerza posible y enseñan que con una mínima fracción se sigue avanzando.

Me niego a la tristeza, a la pena, porque me niego a que la muerte venza a la vida de este tipo. Oír su última hazaña ha vuelto a pintar en mi cara una sonrisa plagada de colmillos acerados y las ganas de gritar su nombre a la Luna, por no decir que en los cuentos que cuente a mis niños para dormir acaba de entrar un nuevo Actor. Mi rugido lunar quiere alejar de su cadáver a los apocados, acercar a sus días hechos cuentos a los pequeños aprendices de Héroe, homenajear tantos amaneceres que disfrutó donde casi nadie había amanecido y conjurar la tierra de cota cero que ocupa la pobre mente de quien hoy sólo sabe pensar en entierros.
Y, en fin, no somos santos. Si que hay sentimientos negativos que no puedo resistir.

La Envidia. Joder, así cualquiera… Es que no hay fisura: cómo se compite con esa Vida…

Sigo sin estar seguro del tono… Afortunadamente mis palabras no se acompañan en su soporte por la música que las ha inspirado.