Sólo hay dos motivos para no
ejercer la fuerza: uno, el riesgo de que el otro sea más fuerte combinado con
la indignidad de abusar del más débil (esta vía te lleva a no contender y a
mejorar para que sean pocos los primeros, venciendo como Sun Tzu, sólo las
batallas que no se acometen); otro, la ineficiencia de su resultado puro, ya
que incluso en caso de predominio se habrá destruido la posibilidad de un mejor
resultado derivado de la sinergia.
En este último sentido, la democracia
es en realidad un magnífico gestor de fuerzas, puesto que tras hacer
abstracción de factores coyunturales e identificar que el bando más fuerte es
el más numeroso, decide que este no extermina al otro sino que suma su
potencial obligándole a aceptar la decisión mayoritaria a cambio de poder
permanecer al abrigo del grupo.
Sin embargo, ese esquema se
contamina cuando la tolerancia para con la minoría se identifica con algo
"bueno" en lugar de con algo "eficiente", ya que se genera
el riesgo de confundir y pensar que lo bueno es lo de la minoría y no el hecho
de tolerarla, y que por ello debe potenciarse su presencia en la toma de
decisiones colectivas.
Ya ha aparecido una aberración
intolerable del sistema, que el mismo deglute sólo por haberse desarrollado
hasta el punto de garantizar a todos, fuertes y débiles, unos mínimos de
bienestar que desincentivan la disidencia.
Sin embargo, cuando eso falla
aparecen fuertes privados de lo mínimo en presencia de los que no lo son pero
disfrutan de la discriminación inversa, apareciendo episodios de violencia
cruda, exógena al monopolio del ejercicio de la fuerza legítima que se había
atribuido a la Autoridad a cambio de la paz social, ya que quien no la disfruta
no se ve obligado a ceder algo a cambio nada y menos la fuerza si la tiene, al
modo de la exceptio non ad impleti
contractus del derecho civil de obligaciones y contratos.
Debe encontrarse ahí la génesis
de los estallidos de las fuerzas radicales, desde los skinheads hasta los
abertzales, todos ellos carentes del más mínimo soporte ideológico y ejemplo de
pérdida de autocontrol en el ejercicio de la fuerza cuando no se recibe nada a
cambio...
A escala nacional, es la base de
la violencia yihadista, cuyos postulados no resisten dos panfletos de rebajas del Carrefour, pero moviliza al refugiado en Gaza, al parado
noruego (antes skinhead...) y al estudiante de la NYU cuando pierden lo mínimo
que tenían, el sistema no les provee de ese colchón que venía garantizando a la
vez que alberga a quienes se enriquecen sin medida bajo su amparo, y son
testigos del daño que acciones de fuerza causan a ese sistema y a sus parásitos, impunemente...
Algún tonto del pueblo canalizará
aún su malestar con fórmulas del tipo PODEMOS, pero no parece evitable la
sangría de material humano hacia las filas de los muyahidines.
No creo que pueda evitarse esa
catástrofe sin aprender de la lección de Argelia o similares: la Democracia es
una gestora de Fuerzas, no una máquina de distribución de bienestar. Si pierde
a quienes proporcionan fuerza, no hay fuerza que distribuir. Ni con qué
resistir su ataque...
Es por tanto la hora de
reconsiderar las fórmulas democráticas, comenzando por limpiarlas de toda
corrupción que altere la regla de las mayorías y reubicando el trato de las
minorías donde corresponde, esto es, donde reciban el beneficio de asociarse y
no donde impongan la rémora de su presencia. Mientras nadie encuentre dónde está la Verdad absoluta y tengamos que conformarnos con el sucedáneo que suministra la mayoría de votos, no puede darse más fuerza al voto de una región que al de otra, ni cabe imponer discriminaciones inversas. Nada aporta "jugar sin marcador" que no sea autoindulgencia y pérdida de potencial, lo que como paradigma formativo se traduce a la hora de valorar las relaciones económicas maduras en la evidencia de que los peores producen menos y por tanto deben añadirse pero no sustituir a los mejores. Lo intolerable es llegar a la tesitura en que se nos fuerce a elegir y luego se nos tache de discriminatorios si tomamos la opción lógica.
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