La Muerte acaba de dejarnos otra
de esas muestras de su agrio sentido del humor, llevando consigo a quien tras
múltiples fintas había logrado defraudarla hasta el límite del paroxismo,
haciendo cuestión estadística del fallecimiento prematuro de los otros a la vez
que ejemplo para las proles y broma de buen gusto para los pensantes.
Se lleva a quien debió partir aún
dentro de muchos años pero llevaba descontadas varias vidas de más, y genera un
aluvión de consternaciones de quienes sólo poseen tres hijos y dos sofás de
cuadros azules y amarillos sobre fondo beige. Ni siquiera se toma la molestia,
por falta de vergüenza (o igual si lo intentó y fracasó clamorosamente…), de
arramplar de subida: el muy cabrón ya había bajado del K2, igual que antes
había bajado esquiando cráteres de volcanes, o aprobado una oposición tan
radicalmente extrema o más para la masa gris, y se había pasado por tienda
ajena a departir amigablemente para a continuación, qué envidia, derrochar buen
gusto partiendo sin molestar: qué medida del éxito¡¡¡ Imaginad que de ida tiene
problemas y muere comprometiendo la seguridad de sus rescatadores, sufriendo
lesiones que afeen el acontecimiento de cara a futuros emprendedores… No, nada
de eso…
Un caballero, me habréis leído hasta
la saciedad, no sabe elegir un cubierto o una corbata (no, al menos, en tanto
que tal) sino que se distingue por estar constantemente pendiente del bienestar
de los que le rodean, consciente de que su gran patrimonio personal debe
compartirse, de que los demás perritos son más pequeños aunque ladren más
fuerte, y por tanto no ha de responderles mordiendo ni dejar que otros lo
hagan, sino callar y cuidar, y luego su vida habla por si misma sin necesidad
de que su titular sea, además de actor, cronista.
Unos ladran, otros corren y
cuidan de quienes corren junto a sí, contentos de que lleguen más lejos y ajenos
a que el ruido deje a los ruidosos parados y lejos de toda meta.
No conozco tanto al compañero
como para evaluar la calidad de su altruismo, pero si tengo cierta elongación
vital que me insinúa la mayor predisposición al mismo de los fuertes, y este
desde luego lo era.
No era tan querido por mi como
para entristecerme su pérdida, pero su vida si rendía noticias a todos, a mi
también, que berreaban desaforadamente el ridículo de apenarse por él, que si
tuvo un atisbo de lucidez en el tránsito que impusieron la descomprensión, el oxígeno,
qué se yo…, sin duda se consumió en dejarle apenado por nosotros, por advertir ineluctablemente
estupefacto el desperdicio de vidas del que éramos culpables.
En otra versión, creo haber sido
parejo con su opción en tanto que al seguir un camino propio mi vida ha explorado
mil pliegues y por tanto se ha extendido linealmente mucho más que las otras,
eso si, más de bajada a los abismos que acerada con el brillo de sus escaladas. Por eso (o a pesar de ello)
la noticia me causa un sentimiento cuya expresión tiene mucho riesgo de ser
interpretada lejos de su sentido, de hacer daño a sus seres queridos.
Si como aventuro compartíamos esa
preocupación por cuidar de otros y de rendir nuestro YO en beneficio del
soporte ajeno, comprenderéis que tema liberar el lenguaje sin otro objetivo que
el desahogo si la contrapartida es un daño, aún por error; por eso los meandros…
Pero tarde o temprano hay que
lanzarse. Vamos allá.
No he entrado en la nutrida
correspondencia corporativa que expresa casi unánimemente una consternación de
cuatro líneas.
Claro que esa consternación elude
irritar la muy legítima de sus familiares y auténticos amigos, pero
lamentablemente creo que falta al respeto a la Vida que glosa. La noticia de esa
muerte me generó una vez más la reacción que produjeron las escasas ocasiones
en que compartimos una comida o una cena de promoción: es alegría salvaje,
peligrosa, porque fuera un prójimo y no un marciano de California y 1.90 m. de
músculo pecoso y pelirrojo el que se deslizase entre torrentes de velocidad
inmedibles.
A ver,… Por supuesto que uno no
se contenta con ninguna muerte. Conozco mi entorno lo suficiente como para
saber que mis palabras deben evitar causar dolor, pero también resignarse a que
ese entorno las va a acusar ignorando puntualizaciones. Puedo visualizar qué
dirán quiénes y si eso no me ha impedido nunca expresarme, es que en este caso
me estimula, siento que debo confrontarme con los buitres aunque me vayan a
picar en otro momento, en otro tiempo y lugar… Causando el mismo inexistente
daño que de costumbre, lo que es debido entre otros factores al ejemplo de la
Vida Refulgente a la que me refiero. A la vez es Fuerza que se me regala y
responsabilidad que me impide cerrar los ojos ante la posibilidad de que pase
desapercibida una sacudida cataclísmica que catapulta la Vida, de que quede sepultada
por los harapos grises y polvorientos de una muerte más.
Es que en este caso el muerto no
permite que la muerte se imponga sobre su vida, sigue generando ganas de vivir,
siempre que sea como él lo hizo, sigue jodiendo a los que no se atrevieron, a
los que ni siquiera midieron una posible vida de su elección en beneficio de un
cálculo de probabilidades que les llevase con el menor riesgo posible a donde
querían ir a base de copiar como eran los que ya estaban y sacrificando lo que
les era propio y singularizador.
Júbilo bestial, carcajada
desaforada, las ganas de contarlo inmediatamente a los hijos de uno, la envidia
indisimulada; y si alguna pena, sólo por no haber compartido con él “terceros
tiempos”, (aunque a ver por qué iba él a estar ahí para nosotros…)
No he sentido consternación sino
una agitación fiera parecida a la alegría, un rechazo visceral a identificar al
sujeto, a la noticia, con valor negativo alguno, e incluso un íntimo asco por
la penita pena de nadie, que me parece ofensiva. ¿De qué, exactamente, hay que
sentir pena o “consternación”?
Se que si la fortuna no me
acompaña al expresarme voy a hacer daño y, de nuevo, producir rechazo. Lo segundo me trae al
fresco, y el propósito de que me lean los míos para acercarles a esa Vida me
hace tomar el riesgo primero, que ciertamente no deseo ver convertido en el
siniestro que me estoy esforzando en evitar: al fin me decido cuando se me
ocurre que una expresión desafortunada es el precio mínimo que hay que
arriesgar para no permitir que los que puedan sentirse dolidos por ella no
tengan como única alternativa en el escenario de las manifestaciones ajenas por
esta muerte la Pena, que considero indigna de compartir mesa con quien dio mil
lecciones de Alegría de Vivir.
Para sus deudos, mis excusas si no
he logrado aclarar porqué me niego a expresar sentimientos negativos ante la
noticia. Para los míos, la insistencia en mostrar que SI hay caminos propios y
que pueden ser vitalísimos, nada de autoclausuras en el transtorno obseso
compulsivo de la singularidad morbosa. Pensar en glaciares, volcanes,
velocidades extremas, preparaciones científicas y concienzudas y preparaciones
ingratas y extenuantes como vía para amaneceres
cercanos al sol, no a rincones húmedos de bibliotecas,… y aún la
traviesa escena de un húmedo rincón de biblioteca donde encontrar el paso deseado
entre riscos imposibles…, es un conjunto que no tolera la pena cerca.
En la vida y en la muerte sólo
encuentra caras complementarias del éxito, y por si hace falta (que la
mediocridad actual parece sugerir que si, que va a hacer falta…) no estará de
más explicar que no todos los avances humanos se miden en términos de PIB, y
que si en efecto la conquista de una cima puede parecer un entretenimiento
diletante para pudientes, la muerte se encarga de retornar todo a su sitio y
enseñar con claridad que si no hay quien fuerce su osadía, el género se
estanca; los héroes no crean lámparas ni imprentas sino que despliegan el
abanico de fuerza posible y enseñan que con una mínima fracción se sigue
avanzando.
Me niego a la tristeza, a la
pena, porque me niego a que la muerte venza a la vida de este tipo. Oír su
última hazaña ha vuelto a pintar en mi cara una sonrisa plagada de colmillos
acerados y las ganas de gritar su nombre a la Luna, por no decir que en los
cuentos que cuente a mis niños para dormir acaba de entrar un nuevo Actor. Mi
rugido lunar quiere alejar de su cadáver a los apocados, acercar a sus días
hechos cuentos a los pequeños aprendices de Héroe, homenajear tantos amaneceres
que disfrutó donde casi nadie había amanecido y conjurar la tierra de cota cero
que ocupa la pobre mente de quien hoy sólo sabe pensar en entierros.
Y, en fin, no somos santos. Si
que hay sentimientos negativos que no puedo resistir.
La Envidia. Joder, así cualquiera…
Es que no hay fisura: cómo se compite con esa Vida…
Sigo sin estar seguro del tono… Afortunadamente
mis palabras no se acompañan en su soporte por la música que las ha inspirado.